Ana Addobbati, Miembro de la junta directiva de CIVICUS y activista feminista

Brasil es uno de los países con mayor población democrática del mundo. Sin embargo, la democracia no lleva mucho tiempo instalada en este país, cuyo pasado dictatorial de la década de 1980 sigue acechando en el siglo XXI. En estos momentos en los que Luiz Inácio Lula da Silva ha derrotado a Jair Bolsonaro en la segunda vuelta electoral con menos del 2% de los votos, en unas elecciones que han estado marcadas por la amenaza de un golpe militar, es necesario reforzar la importancia del debate democrático y cuestionar la desinformación.
Para la extrema derecha, que deseaba acabar con las políticas sociales que sirven de apoyo a la mayoría de las personas en Brasil, la estrategia consistía en dominar rápidamente el Congreso y el Ejecutivo para crear un régimen autoritario. Al igual que el trumpismo, el bolsonarismo utilizó el miedo para consolidar la imagen de un salvador. Bolsonaro y sus seguidores trataron de desprestigiar el derecho a la protesta equiparándolo con el vandalismo. Promovieron la idea de que cualquier oposición a su gobierno era un obstáculo para seguir con el plan de lucha contra la corrupción. Incluso difundieron en las redes sociales informaciones falsas de que las máquinas de votación electrónica estaban amañadas, siendo estas máquinas uno de los sistemas más sofisticados y seguros del mundo para celebrar elecciones.
Por otra parte, en la actual era de noticias falsas y algoritmos sesgados que crean burbujas de opinión, nos encontramos con un panorama en el que los relatos y registros históricos del exilio sobre las restricciones a la libertad de opinión y la tortura generalizada fueron sustituidos por un discurso simplista basado en la imagen de Bolsonaro como héroe que lucha contra la corrupción. Hubo conspiraciones de que se estaba preparando un golpe de Estado por parte de los comunistas para convertir a Brasil en la nueva Venezuela de Sudamérica. Además, se manipularon imágenes de manifestaciones de apoyo al derecho a la tierra y a la vivienda y se difundieron como un intento violento de usurpación de la propiedad privada.
Observamos también cómo valores democráticos fundamentales, como el derecho a la protesta y a expresarse, fueron tergiversados por grupos de extrema derecha para generar miedo y legitimar los actos autoritarios del expresidente, que negó el racismo existente en el país (con la mayor población afrodescendiente del mundo) y la existencia del COVID-19 (siendo Brasil responsable del 11% de las muertes mundiales durante la pandemia). Esta estrategia quedaba englobada en su lucha por los valores familiares, Dios y el honor.
En las recientes elecciones, el presidente electo Lula tuvo que unir fuerzas con varios partidos, dentro de lo que llamó la Alianza por la Democracia, para ganar votos frente a la extrema derecha. Bolsonaro se resistió a admitir la derrota en las urnas. Como resultado, miles de partidarios de Bolsonaro bloquearon las carreteras, provocando el caos y la violencia en el país. No permitieron el abastecimiento de hospitales y mercados. Después de negociar con su base de seguidores, Bolsonaro finalmente admitió la derrota y reclamó el fin de la violencia. A pesar de ello, aún existe la posibilidad de que se produzca un golpe de Estado, puesto que Bolsonaro cuenta con el apoyo del Ejército.
De cara a 2023, el Congreso brasileño tiene un panorama difícil, ya que un gran número de legisladores están aliados con el centro-derecha. Sin embargo, la democracia y sus mecanismos permitirán a la sociedad civil mantener la presión para que se respete la Constitución y se apoye a la población brasileña que sufre penurias. Brasil ha vuelto al Mapa del Hambre de la ONU después de que fuera citado como ejemplo de lucha contra la malnutrición en el mundo.
Así pues, solicitamos a la comunidad internacional que considere la posibilidad de realizar inversiones en apoyo de la democracia y de una gobernanza que rinda cuentas. Recientemente, el gobierno noruego reinvirtió en el Fondo de Preservación de la Amazonia. También será necesario el apoyo a través de la cooperación al desarrollo para superar los trastornos que ha sufrido la democracia en los últimos años. Que la extrema derecha se haya apoderado de Brasil, no debe considerarse un hecho aislado.
Por último, necesitamos sensibilizar a las nuevas generaciones de votantes sobre el valor que tiene la democracia como un proceso complejo que exige debate y paciencia por encima de la gratificación instantánea o inmediata de las redes sociales. Por otro lado, necesitamos considerar la transparencia y la lucha contra la corrupción como un objetivo que nos pertenece a todas las personas, para evitar que vuelva a convertirse en rehén de un demagogo que fue capaz de debilitar los valores democráticos, la libertad de expresión e incluso la vida, al retrasar la adquisición de vacunas.
Debemos fortalecer el pensamiento crítico y el reconocimiento de los valores democráticos para hacerlos tan fuertes que ningún algoritmo o noticia falsa pueda vencer las luchas generacionales por la libertad.