En 2018 se produjo en Chile una serie de protestas, que luego se extendieron a otros países, en reacción a las revelaciones de abusos sexuales perpetrados por sacerdotes católicos. CIVICUS conversa sobre la respuesta que ellas suscitaron con Cristián León González, vocero de la Fundación Voces Católicas, una organización de la sociedad civil chilena dedicada a presentar la posición de la Iglesia Católica en la prensa y otros espacios públicos. Si bien no es representación oficial de la Iglesia, Voces Católicas cuenta con el respaldo de sus autoridades, y busca representar los puntos de vista de la institución en toda su amplitud y diversidad. Inspirada en la organización del mismo nombre del Reino Unido, fue establecida en Chile en 2012.
¿En qué formas ha respondido la Iglesia a las revelaciones de terribles abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos? ¿En qué puntos cree que ha respondido bien y en cuáles cree que debería haberlo hecho mejor?
Lo primero y más importante es entender que el abuso sexual en la Iglesia Católica es la tercera derivación de una práctica de abusos que ha sido bien internalizada en nuestra jerarquía eclesiástica. Una crisis compleja tiene causas complejas. La madre de todos los abusos es, sin duda, el abuso de poder, que tiene su expresión más nítida en el clericalismo, entendido como una degradación del sacerdocio, el deseo de señorear sobre los laicos – y por lo tanto una caricatura de la vocación sacerdotal. Si hubiera que aislar al factor principal conducente a la respuesta tóxica de los líderes de la Iglesia Católica hacia las víctimas de abuso sexual, ese es el clericalismo, un abuso profundo de poder eclesiástico. De ese abuso de poder se deriva el abuso de conciencia, ya que los procesos de abuso no se desarrollan solamente en los niveles psíquicos y físicos, sino también en lo más íntimo de las personas, que es su conciencia. Los abusadores pueden ser expertos manipuladores de la libertad de pensamiento y de acción, de la experiencia personal del propio yo, de la moral y la dignidad profunda del ser humano – en suma, en dominar la conciencia de la víctima. Esto ocurre por la preeminencia que se ha dado históricamente a la figura del sacerdote, por ser supuestamente un hombre de Dios. Y es así como llegamos a la tercera derivación, el abuso sexual. Esta es la expresión más visible del abuso; abarca todo acto de naturaleza sexual – desde tocamiento hasta violación - cometido contra personas menores, ya sea que hubiera violencia, amenaza, intimidación debido a la existencia de una relación de subordinación, o aprovechamiento de la imposibilidad de la víctima de consentir.
Subrayar la existencia de este encadenamiento de abusos es importante para que esta crisis se convierte en una oportunidad. Solo un buen diagnóstico posibilita una buena terapia.
¿De qué manera está la Iglesia escuchando las voces y dando respuestas a los sobrevivientes de abusos? ¿Qué más necesitaría hacer en este terreno?
Tras la sonada visita papal a Chile, en enero de 2018, la feroz reprimenda del Papa a nuestra Conferencia Episcopal terminó con la presentación de la renuncia de todos los obispos de Chile. Esto ha hecho que poco a poco nuestra Iglesia tomara acciones para recomponer los agravios cometidos a tantos fieles a lo largo de décadas. Quizás lo más relevante haya sido la creación del Departamento de Prevención de Abusos en la órbita de la Secretaría General de la Conferencia Episcopal de Chile, encargado de ejecutar las orientaciones y criterios de la Conferencia Episcopal y de su Consejo Nacional de Prevención de Abusos y Acompañamiento de Víctimas.
Se estableció también la Delegación para la Verdad y la Paz, que ve la parte política, ejecutiva e investigativa del arzobispado de Santiago, y se encarga por ejemplo de coordinar las denuncias recibidas por la Oficina de Pastoral de denuncias y el Departamento de Prevención de Abusos y de dar acompañamiento espiritual a las víctimas. Además tiene facultades investigativas, de coordinación con la Vicaría Judicial, el clero y la cancillería del arzobispado, y de coordinación con las instituciones civiles (Policía de Investigaciones, Tribunales de Justicia).
Todo lo cual es muy bonito en el papel; lo crucial sin embargo es que estas medidas sean realmente implementadas y las víctimas de abusos sientan que la Iglesia los protege y defiende. El punto más débil de la respuesta ha sido que hasta la fecha no ha habido de nuestros clérigos un auténtico acto de pedido de perdón, humilde, personal y de corazón, sino solamente declaraciones impersonales a través de la prensa. En eso aún estamos en deuda.
La Iglesia aún no se reforma en la medida deseada y necesitada. Para ello sería necesario resolver una paradoja muy compleja, derivada del hecho de que la modernidad se afirma en la libertad, mientras que la Iglesia se afirma en la autoridad. La Iglesia no depende del consenso, lo cual produce un conflicto inevitable. Adicionalmente, la Iglesia chilena es, por tradición, muy clerical, y tiene un liderazgo procedente de un medio cultural aristocrático, con dificultades para moverse en el ámbito público. Se trata de un modelo de Iglesia poco saludable que no logra reformarse en la medida necesaria.
¿Qué impacto cree que han tenido las protestas organizadas en torno de la visita papal a la hora de elevar el perfil del problema del abuso?
Las protestas fueron clave. Pero si el Papa Francisco hubiese hecho caso de modo inmediato a los reclamos de la agrupación de laicos de Osorno para que el obispo Barros, acusado de encubrir abusos, fuera removido de la diócesis, probablemente la fuerza de las movilizaciones hubiese mermado y el escándalo no se hubiese producido, o al menos no con la fuerza con que lo hizo. Durante su visita, y sobre todo después de abandonar Chile, el Papa percibió que había falencias y lagunas en los informes que recibía tanto de los obispos chilenos como del nuncio acerca de la realidad de la Iglesia local. Por eso, tras regresar a Roma, asertivamente envió a dos visitadores a investigar lo que ocurría en Chile. Es una bendición tener un Papa que pueda equivocarse, rectificarse y enmendar su error; ello implica una gran humildad y apertura.
¿Cómo se está conectando la Iglesia con la sociedad civil, y cómo podrían Iglesia y sociedad civil dialogar más y mejor?
La Fiscalía Nacional, que investiga abusos sexuales y encubrimientos, informó que de los centenares de causas iniciadas contra sacerdotes por estos delitos, 148 siguen abiertas. Estas involucran a 255 víctimas, la mayoría de las cuales eran niños/as o adolescentes cuando fueron abusados. Frente a estos hechos, que más allá de ser pecados también constituyen crímenes, tanto la sociedad civil como el mundo religioso se han percatado de la total falta de accountability de la Iglesia hacia la comunidad, y de una rendición de cuentas muy reducida de la gestión administrativa y pastoral a través de procesos formales de evaluación. Por otro lado, es clave que haya vías expeditas para denunciar a la justicia civil competente los delitos de abuso sexual de menores, pudiendo conservar en confidencialidad la identidad de la víctima. Esta es la función esencial del Consejo Nacional de Prevención de Abusos y Acompañamiento de Víctimas. La Iglesia local tiene mucho que aprender de la sociedad civil en materia de rendición de cuentas, comunicación y gestión. Dado que se rige por dos leyes - el derecho civil y el derecho canónico -el clero debería tener, si acaso, una responsabilidad aún mayor.
¿Qué cosas sería necesario cambiar en la Iglesia para eliminar el abuso y hacer justicia para las víctimas?
En noviembre de 2018 el periodista Juan Pablo Sallaberry publicó en el diario chileno La Tercera un artículo titulado ‘Las 10 ideas del mundo laico para enfrentar la crisis de la Iglesia en Chile’. Yo tomaría de ahí los puntos que me parecen más fundamentales y urgentes.
Primero, poner fin a la cultura del clericalismo, en línea con la postura del Papa Francisco, que ha dicho que “la Iglesia no es ni será nunca de una élite de consagrados, sacerdotes u obispos. […] Los laicos no son nuestros peones ni nuestros empleados”.
Segundo, jerarquizar el rol de los laicos, que permite mayor transparencia y supervisión en las labores de la Iglesia.
Tercero, propiciar una mayor participación de las mujeres. Al igual que el resto de la sociedad, la Iglesia tiene que reconocer mayor participación a la mujer. Cabe subrayar que la figura femenina es central en el catolicismo.
Cuarto, articular un diálogo fluido entre democracia y doctrina. ¿Será demasiado pedir que los laicos puedan participar en los nombramientos de obispos y pastores? Es necesario revisar la doctrina para dar mayor relevancia a asuntos centrales como la Santísima Trinidad, el amor a Dios y al prójimo, la presencia de Cristo en la eucaristía.
Quinto, crear una Comisión de Verdad y Reparación que tenga autoridad moral e independencia, que funcione al alero del Estado, que dé garantías a todos los sectores, maneje adecuadamente el tema del secreto y la publicidad bajo estándares internacionales y fije reparaciones económicas para las víctimas.
Por último, llegar a la generación joven es clave. La Iglesia solo sanará y recuperará vitalidad cuando los responsables de la Iglesia se planteen de una vez estas preguntas y acompañen sus palabras y buenas intenciones con hechos.
El espacio cívico en Chile es clasificado como ‘estrecho’ por el CIVICUS Monitor.
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